São Paulo, como todas las grandes metrópolis latinoamericanas, está marcada por la desigualdad social. Barrios lujosos, edificios gigantescos, autos deportivos, y hasta pistas de aterrizaje de helicópteros privados decoran el centro financiero. Mientras tanto, miles de personas viven en favelas, barrios con poco acceso a servicios básicos, zonas con mínima infraestructura estatal. Es en esta, la ciudad más poblada de América Latina, donde Jessi - una mujer afrobrasileña - vive, trabaja, lucha y sueña.
Jessi tiene 24 años y vive en la periferia de São Paulo, en Freguesia do Ó, uno de los barrios más antiguos de la ciudad. Freguesia do Ó está ubicado lejos del centro y no cuenta con buena conexión de transporte público. No es considerada una favela, pero fue constituida por asentamientos y tomas de tierra. Desde pequeña, Jessi estuvo a cargo del cuidado de su madre, quien tiene diversidad funcional. La vida de su mamá la ha motivado para estudiar medicina y ser doctora; sin embargo, actualmente, no tiene tiempo ni recursos para cumplir este sueño. Vive con su madre y su abuela y es el sostén económico de su familia. Ha realizado trabajo doméstico desde que tenía 16 años; en 2017 comenzó a limpiar casas y oficinas a través de la app Mary Help.
En Brasil, esta es una de las aplicaciones más usadas para el trabajo remunerado del hogar. En la actualidad, Mary Help está presente en 16 de los 27 estados de Brasil, entre ellos: São Paulo, Río de Janeiro, Brasília, Goiânia, Salvador de Bahía, Río Grande del Sur. Esta empresa de aplicación de limpieza, no deja a las trabajadoras escoger las zonas donde irán a trabajar; pero, además, les notifica a qué lugar irán en la mañana del mismo día que tienen que realizar el servicio. Es decir, en la mañana, antes de salir, solo ahí sabrán si irán donde un cliente hombre o mujer, a qué dirección deben movilizarse y qué trabajo desempeñarán: limpiar, cocinar, planchar…
A veces, Jessi debe trasladarse durante tres horas para llegar a trabajar —más de 20 km de recorrido por trayecto que separan la periferia donde ella vive y los barrios de clase media y alta donde residen las personas clientes habituales—. Se desplaza en transporte público, tomando buses, metros y trenes. Entonces, si ella tiene que llegar a la casa u oficina a limpiar a las 7 a. m., debe salir de su casa a las 4 a. m. Mientras, si tiene turnos de trabajo a las 8 a. m., se despierta a las 5 a. m. y vuelve al hogar a las 7 p. m. En la mañana, “a menudo, solo puedo tomarme un café en el trayecto” lo dice mientras suspira. En ocasiones, realiza tres turnos de limpieza de 4 horas cada uno; entonces, está fuera de casa más de 16 horas y, dependiendo del tráfico, el tiempo de movilización puede tomarle más. ¡Jessi tiene jornadas extenuantes!
En su jornada cotidiana, la movilización y desplazamiento es constante. Va corriendo de lugar en lugar, está de pie apretada entre tanta gente en el metro o el tren, y al llegar a su lugar de trabajo, Jessi no tiene ni una silla para sentarse. Hay clientes que ni le ofrecen un vaso con agua en medio de su jornada laboral. Para ahorrar dinero, Jessi cocina en su casa y lleva su comida al trabajo, pero, en algunos casos, no encuentran un microondas para calentar su almuerzo o no le dejan usarlo. En una ocasión, se olvidó sus cubiertos y decidió utilizar una cuchara del domicilio de la persona donde estaba trabajando. No imaginó que eso le traería problemas.
Jamás me voy a olvidar de ese día, porque para mí es muy triste aceptar que esas cosas aún sucedan. Había un segundo cajón con los cubiertos más viejitos, más oxidados; lavé un par para comer. Cuando terminé de comer y lavé los cubiertos para guardarlos, ella [la clienta] los cogió de mi mano y los botó a la basura. Me dijo que no debería haberlos cogido, y que yo no debía haber usado sus cosas para comer.
Jessi relata esta situación con indignación. Esta es solo una de las tantas situaciones de discriminación y racismo que ella ha tenido que enfrentar como mujer negra trabajando para gente blanca de clase media y alta en São Paulo. “Por la plataforma ya enfrenté mucho racismo, muchos prejuicios. Yo uso trenzas en el cabello; entonces, las personas me miran de una manera rara… es complejo”. Ella está segura de que su experiencia no es aislada y que muchas trabajadoras también viven discriminación al llegar a casas y oficinas a limpiar. De hecho, las condiciones de las mujeres que trabajan en Mary Help son precarias y, ganando tan poco en la app, su situación se agrava.
Muchas trabajan con hambre, muchas no se alimentan, muchos clientes ni siquiera nos ofrecen agua. Son raras las casas que ofrecen algo de comer, y nosotras hasta tenemos miedo de aceptar algo de comer porque generalmente nos ofrecen comida y después dicen a la empresa que nosotras comimos, que nosotras morimos de hambre y la empresa nos reclama. Muchas funcionarias inclusive trabajan con hambre durante el día, sintiéndose mal, con la presión baja; trabajan con una funda de sal en la cartera para que la presión no se les baje o por no tener tiempo para parar.
Desde que comenzó a trabajar en la app Mary Help en 2017, la empresa no ha hecho una actualización de las tarifas que paga a las trabajadoras. Cabe destacar que el pago que realizan las personas clientes a Mary Help no es el mismo que la app entrega a las trabajadoras domésticas. Se calcula que la app se queda con el 64% de cada cobro. Por ejemplo, Mary Help cobra 152 reales (USD 29, aproximadamente) por un servicio de 4 horas, pero paga a sus trabajadoras únicamente 55 reales (USD 10, aproximadamente). Por una jornada de 8 horas de trabajo, Jessi recibe solo 91 reales (USD 17, aproximadamente). Con la inflación que vive Brasil anualmente, la tarifa que la app les entrega a las trabajadoras no les alcanza para cubrir las necesidades básicas.
No es un precio justo, menos aún en los días de hoy. Con 91 reales no se hace nada en el mercado. Está todo muy caro y el costo de vida es absurdo. Y 91 reales a veces no alcanza ni para comprar la comida del día. Tenemos que escoger, o comprar la comida del día o comprar productos de higiene personal.
Jessi me cuenta esta situación molesta, porque su remuneración no le alcanza para cubrir sus necesidades básicas. No es fácil tener que escoger entre comida o toallas higiénicas, medicinas o productos de aseo corporal. !Esa no es una vida con dignidad Aparte, Mary Help le paga semanalmente, pero las personas clientes pagan a la app el mismo día del servicio. A veces, la app se demora en pagarles a las trabajadoras remuneradas del hogar.
Jessi ha exigido en varias ocasiones que se incrementen los pagos que Mary Help asigna a las trabajadoras. Sin embargo, “una golondrina no hace verano”, afirma entre risas y suspiros. Recordando las tantas veces que su voz no fue escuchada. Ella cree que si más trabajadoras exigieran el alza de tarifas de pago, se podría hacer presión, pero a ella sola no le hacen caso. Y ahí recae el reto: ¿cómo organizarse entre trabajadoras que están tan aisladas?
Mary Help no les deja tener contacto a las trabajadoras domésticas entre sí ni con los clientes. De hecho, a través de la app, ellas no pueden contactarse con otras trabajadoras ni ver sus perfiles ni saber quiénes o cuántos son. Además, la app bloquea los perfiles de las trabajadoras domésticas si se entera que están conversando entre ellas u organizándose. Es decir, ¡la app impide la organización entre trabajadoras! !la app por diseño, genera aislamiento! Al preguntarle a Jessi sobre las razones para que la app no les deje estar en contacto, ella afirma que "es un método de seguridad para la app porque tienen miedo a que las empleadas se unan".
Además del trabajo limpiando, en varias ocasiones, Mary Help ha pedido a Jessi que entrene a trabajadoras nuevas. Esto significa ir a una casa u oficina con una compañera, supervisar su trabajo, enseñarle técnicas de limpieza y hasta pasar un reporte de su desempeño a la app. Por este trabajo de entrenamiento a Jessi no le pagan más. Pero, también, a las chicas nuevas que están siendo entrenadas, Mary Help no les paga su jornada de trabajo, solo les da 5 reales (menos de 1 USD) para los pasajes.
La chica estuvo conmigo desde las 8:30 hasta las 2:30; me ayudó con las tareas, yo le enseñé sus tareas, ella no llevó almuerzo y yo le compartí mi almuerzo. Ella estuvo conmigo, aprendió el trabajo y no ganó nada por lo que hizo, exactamente nada, solo el valor del pasaje, ni siquiera el almuerzo. La chica había acabado de llegar de Minas Gerais, estaba realmente necesitada, desesperada por trabajar y la empresa le hace eso diciéndole que estaba en entrenamiento. Ya no pagan mucho, ¡no les cuesta pagarle algo! Fue algo bien triste.
Jessi quisiera organizar a las trabajadoras de Mary Help para demandar el reconocimiento y garantía de sus derechos laborales. Entre los cambios que quisiera lograr dentro de la app está la seguridad social, el reconocimiento de relación laboral, el alza de su sueldo, la posibilidad de escoger zonas de trabajo —o al menos delimitar la distancia de movilización— y contar con horarios laborales más flexibles. Todos estos cambios son posibles, podemos sumarnos a solicitar a las apps como Mary Help y a los gobiernos que se generen estas mejoras para las trabajadoras remuneradas del hogar.
Mientras Jessi continúa con esta lucha dentro de la aplicación, también busca consolidar clientes por fuera de la app. Entre sus razones para apostarle a trabajar con empleadores directos es el pago: gana más trabajando sin Mary Help. Pero, además, Jessi destaca que el trabajo remunerado del hogar conlleva a generar vínculos con quien trabajas, una suerte de relación íntima. Con la app, esto se pierde porque cada día tienes que ir a trabajar a una casa distinta con gente que no conoces y, muchas veces, no volverás a trabajar en la casa de esa persona otra vez.
Ilustraciones: Pri Barbosa | @priii_barbosa